Sierra de las Navajas
El primer lugar en meses al que pude escaparme de la ciudad para sumergirme en la naturaleza fue el Rancho Santa Elena, en Hidalgo. Cuenta con casi doscientas hectáreas que se pueden explorar con muchísima tranquilidad.
La sierra de las Navajas es una formación montañosa que se localiza en el sur-sureste del estado de Hidalgo. Constituyó uno de los principales yacimientos de obsidiana con el que comerciaron los grandes estados del centro de México durante la época prehispánica, ya que la obsidiana fue usada ampliamente para la fabricación de armamento mesoamericano.
Empecé la aventura por hacer un mapa de la zona que me sirviera para navegar, conocer mi ubicación exacta en cualquier momento y marcar los puntos de interés para referencia en un futuro. La tentación de lograr todo esto con un GPS, reloj inteligente o aplicaciones del celular es muy pequeña, este camino me lleva a estudiar constantemente el paisaje, a establecer una mayor conexión con la naturaleza y me siento más seguro ya que ni mi mapa ni mi brújula usan pilas.
Tuve cuatro noches para explorar y reencontrarme con la naturaleza. Habían pasado meses desde la última vez que visité las montañas, desde la última noche en la que al abrir los ojos veía las estrellas y respiraba aire así de puro.
Las primeras dos noches las pasé alto en las montañas, disfrutando de vistas amplias y viento frío. Todavía es época de lluvias por lo que encontrar un río o riachuelo con agua para rellenar mis botellas fue muy fácil, por seguridad filtré el agua pero se veía tan transparente que lo sentía como un paso innecesario.
Durante la segunda noche llovió, llovió y llovió. Amaneció lloviendo y en la tarde no me lo van a creer… llovió.
Fue un excelente día para explorar el río que nace en las montañas y fluye hasta la presa de San Carlos. Afortunadamente la lluvia en la tarde fue lo suficientemente ligera para poder trabajar con mi cámara, lo que falló fui yo ya que me tropecé cruzando el río y todo (incluyéndome) menos la cámara se empapó. Lo bueno es que pude seguir explorando y el único daño permanente fue la batería recargable de mi linterna, lo malo es que me di cuenta casi de noche y para regresar al campamento tuve que cruzar el río, más caudaloso de lo normal, unas seis veces de noche – lección aprendida: cargar con pilas extra.
Mi última noche la pasé alto, cerca de un mirador que le llaman “vista alegre” en donde vi a la luna casi llena salir al atardecer. Cuatro días maravillosos. Es importante mencionar que si leen esto y quieren hacer lo mismo pidan permiso al rancho, no dejen rastro por donde pasen, no hagan fogatas y sobretodo respeto absoluto a la naturaleza – “LNT”.
Quiero agradecerle al staff de Rancho Santa Elena por su hospitalidad, específicamente al buen Manolo y a Poncho, quienes además de ser muy buenas personas realizan un trabajo admirable.
Felices aventuras,
Pablo
Carlos Castillo Santana
13 de octubre de 2020 / 8:51 AM
Envidia de la buena, ver que realizas lo que muchos lo dejamos en sueños, es fantástico. Disfruta la vida siempre así, intensamente. Gracias por compartir tu talento.
Pablo Fregoso
14 de octubre de 2020 / 10:18 AM
¡Muchas gracias Carlos! Nunca es demasiado tarde 🙂
Alejandrina González Alvarado
13 de octubre de 2020 / 10:25 PM
Dan ganas de seguir leyéndote, las fotos son hermosas y la grabación de la lluvia te transporta hasta donde estuviste, muchas gracias.
Pablo Fregoso
14 de octubre de 2020 / 10:19 AM
¡Muchas gracias Alejandrina! Comentarios como el tuyo me dan masa ganas de seguir haciendo esto. Saludos
Esperanza G. Azcarraga
14 de octubre de 2020 / 11:10 AM
En verdad disfruté leerte y ni se diga sumergirme en tus fotos con el sonido de la lluvia. Muy tarde para hacer lo que tú haces, pero que maravilla poderlo percibirlo a través de tus sentidos. Felicidades Pablo.
Pablo Fregoso
14 de octubre de 2020 / 11:35 AM
¡Muchas gracias! Poder compartir mi trabajo es un placer.
¡Saludos!